El
chico se despierta tanteando, como siempre, la sábana bajo su cuerpo. De nuevo
está mojada, como casi todas las noches de los últimos meses. Ahora vendrá su
mamá y él le esquivará la mirada. Intentará ponerse rápido de pie, buscar un
calzoncillo nuevo, no ver esos gestos que lo llenan de vergüenza: su mamá
tironeando de la sábana para destrabarla de la cama, el colchón volteado de
costado y esa aureola oscura que lo acusará por el resto del día, cada vez que
pase por la pieza. Ella nunca le dice nada. No le reprocha que tenga diez años
y moje la cama. Su papá y su hermana tampoco. Alguna vez su hermano grande se
ha burlado, pero el chico le ha saltado al cuello con las uñas como puñales y
un grito salvaje en la garganta, y el otro no ha insistido. Así que nadie dice
nada, pero el chico sabe que todos saben y eso le pesa en las entrañas.
Pero
algo raro pasa. Hoy las cosas no son como siempre. El chico escucha voces que
recorren la casa. Aún está oscuro. Muy oscuro, porque es pleno invierno. Además
es lunes. Y si es lunes la casa tiene que estar casi en silencio a esa hora. Su
hermano tiene que estar dormido en la cama de arriba. Y su hermana tiene que
estar vistiéndose para ir a la escuela. El chico se asusta, porque teme algo
malo. Enciende la luz sobre la cama. Tiene un velador enganchado en la
cabecera. De noche lo usa para leer hasta que le viene el sueño. El sueño
siempre tarda en venir, y leer le gusta mucho. Lee los libros de sus hermanos.
Los de la colección Robin Hood y los de Iridium. Son como treinta, y algunos
los ha leído muchas veces. Anoche estuvo leyendo pero ahora está mareado de
miedo y no se acuerda qué libro. Cuando enciende el velador acerca la muñeca
izquierda, porque duerme con el reloj puesto. Su hermano le ha dicho que es
malo dormir con el reloj puesto. Le ha dicho que le va a cortar la circulación
de la sangre y se le va a hinchar la mano y el doctor se la va a amputar. Pero
él no le hace caso porque sabe que su hermano disfruta cuando el chico se
asusta. Y ahora que tiene diez años, aunque se asuste no se lo demuestra. Es el
reloj que le regalaron para la primera comunión. Tiene malla de cuero, fondo
blanco, números plateados. Lástima que no tiene segundero; porque al chico le
encantan los relojes con segundero porque sirven para tomar el tiempo de muchas
cosas. Su amigo Andrés tiene uno y se puede jugar a ver cuánto tiempo se puede
aguantar sin respirar. Encima es digital, todo con números, y está buenísimo.
Su hermana sabe que él le tiene un poco de envidia a Andrés por el reloj digital.
Pero ella dice que los relojes con agujas son más elegantes. Es lindo verlo de
ese modo. Su hermana siempre dice cosas que a uno lo tranquilizan, por eso el
chico la quiere tanto. Bueno, casi siempre dice cosas lindas, porque el otro
día le dijo algo horrible y el chico se enojó mucho, pero prefiere no pensar en
eso. Se lo dijo en la iglesia. Lo fue a buscar a la escuela y le dijo que
fueran a la parroquia. Él se puso contento de que ella fuera a buscarlo, pero
cuando le dijo de ir a la iglesia él sospechó que era para decirle algo feo. Y
era nomás para eso. Él la escuchó y protestó un poco. Dijo que era mentira.
Pero su hermana también es grande y los más grandes saben más cosas. Por eso el
chico se calló y la dejó que hablara. Puso cara seria y clavó los ojos en el
piso. El chico sabe que cuando uno no quiere que lo joroben lo mejor es eso:
poner cara de malo y mirar el piso. Le dio un poco de lástima porque su hermana
se puso a llorar, y a él le da pena y se siente malo cuando ella llora. Pero lo
que dijo en la parroquia es demasiado horrible y no puede ser verdad, y si su
hermana miente que se jorobe, y que llore, a él no le importa.
Pero
ahora que mira el reloj a la luz de la lamparita sujeta a la cabecera de su
cama el chico vuelve a tener miedo porque son las siete y diez. Los días de
semana su mamá lo despierta siempre a las siete. Y hoy es lunes y hay escuela,
y entonces tendría que haber venido a las siete, pero no vino. Y su mamá nunca
jamás lo despierta tarde, porque a él le cuesta levantarse. Se sienta en la
cama y tarda mucho en abrir los ojos. Eso si no mojó la cama, porque si la mojó
le da mucha vergüenza y se levanta enseguida. Pero eso su mamá no lo sabe hasta
que toca la cama, así que sí o sí viene a las siete para que no llegue tarde. Pero
son las siete y diez y su mamá no vino. Y están las voces. En la casa hay mucha
gente. No están los cinco que tendrían que estar. Se sienten pasos que van y
vienen por el pasillo. El chico vuelve a apagar la luz y se pone de pie. Hace
frío. Y como está mojado, hace más frío. Se acerca a la puerta cerrada de su
pieza. Pero una voz lo detiene en seco. Es su tío que habla por teléfono. No
hay duda. Es su tío porque nadie tiene una voz tan de malo como su tío. No solo
la voz, cuidado. Tiene los ojos claros que te miran fijo. Y levanta siempre las
cejas cuando te mira, y siempre parece a punto de retarte. Y nunca juega. A
nada juega. Dicen que tiene un tren eléctrico bárbaro, gigantesco. Y unos
autitos de colección geniales. Pero el chico no los vio nunca. Ese tío no juega
nunca a nada, y da miedo, y parece que le gusta que los chicos le tengan miedo.
Se nota que habla por teléfono porque lo hace fuerte y nadie le contesta. Y con
toda la gente que hay en la casa alguno podría contestarle. Por el pasillo, la
voz y las palabras llegan clarito, clarito.
Dice
que no va a ir a trabajar. Que no, que no puede, porque falleció su cuñado. El
chico tiembla. Conoce esa palabra, fallecer. Es la que usan los grandes para
hablar de los muertos. Los chicos dicen morir, murió, muerto. Los grandes usan
eso de falleció, que significa morirse. De pie en la oscuridad de su pieza, el
chico tiembla de frío y de miedo. Intenta pensar rápido. ¿Qué es un cuñado? Es
un familiar, eso seguro. Pero es de los difíciles. Hermano, hijo, padre, primo,
tío, sobrino, nieto, abuelo. Esos el chico lo sabe. Pero hay algunos que no los
entiende. Suegra, cuñado, no está seguro. Y hay otros más complicados todavía:
nuera y yerno, que no tiene la menor idea pero alguna vez los ha escuchado.
El
chico quiere pensar rápido, porque el horror le empieza a subir por las tripas.
¿Qué cuernos es un cuñado? Se sienta en su cama. Razona por descarte. No habla
de su mamá, ni de su hermana, porque ahí sería “cuñada”, no “cuñado”. De su
hermano tampoco, porque si el chico es sobrino de ese tío, su hermano también
lo es, porque siempre se repite. Y si es sobrino, no es cuñado. Y cuando al
chico no le quedan más para descartar pega un grito, o un aullido, porque
entonces era cierto lo que le había dicho su hermana, eso de que los doctores
dijeron que se iba a morir, y por eso el enfermero todos esos días a todas
horas metido en su casa y los frascos de suero y el olor a remedio todo el día,
y por eso había dejado de levantarse de la cama y el Mundial apenas lo había
mirado un poco, y eso que era fanático. Era cierto, y aunque el chico quiera
seguir sin creerlo tiene que creerlo porque por algo su mamá no vino a las
siete en punto y su hermano está levantado y su hermana también y hay un montón
de gente por toda la casa y su tío dice que falleció el cuñado.
Y
el chico hunde la cara en la almohada y llora a los gritos pero pega la cara a
la almohada porque no quiere que lo escuchen porque no quiere que nadie le diga
nada, porque tiene que ser mentira, porque él una vez preguntó cuando era más
chico y le dijeron que los papás se mueren de viejos cuando uno es grande y él
no es grande, aunque sea más grande que cuando tenía cinco o seis, todavía es
chico porque está en quinto grado y eso es ser chico, entonces no puede ser o
le mintieron o Dios es un maldito, pero no puede ser porque él tomó la primera
comunión al año pasado y fue bueno y fue a confesarse cuando se mandó alguna
macana y no puede ser que Dios lo castigue así porque a ninguno de los chicos
de la escuela le pasó eso, o su tío de enfrente es más malo todavía de lo que
él pensaba y lo dice a propósito para lastimarlo, pero entonces no se entiende
qué hace su tío en su casa a las siete y diez de la mañana y por qué no vino su
mamá a despertarlo.
O
la almohada no ha tapado sus gritos u otra cosa ha fallado, pero su mamá y su
hermana entran en la pieza y se agachan sobre su cama y lo abrazan y le
empiezan a decir cosas para consolarlo, pero él llora cada vez más fuerte
porque si lo están consolando significa que es cierto, que aunque sea imposible
aquello es cierto. Y en medio de ese barullo él se acuerda de cuando fueron a
comprar la santa rita que está plantada en el patio y tiene flores medio
violetas, y nunca sabrá por qué se acuerda de eso, pero por detrás de las palabras
de las mujeres se concentra en esa imagen de cuando fueron en el jeep de
Santiago y pararon en un vivero grande sobre una avenida y era casi de
nochecita, y su mamá dice algo de que dejó de sufrir pero él aprieta los ojos
para volver a ver el momento ese cuando bajaron de la caja del jeep y entraron
al vivero y estaban todas las plantas en fila, y ellas dicen pensá que ahora ya
no le duele nada y nos mira desde el cielo y el chico deja ahí sus lágrimas y
su cuerpo estremecido de frío para que lo dejen tranquilo, para seguir pensando
en que casi era de noche cuando se subieron al jeep de nuevo y el chico vino
hasta su casa agarrando la lata y era una planta finita atada a una caña y
parecía poquita cosa, y su papá le decía que no se preocupara que iba a crecer
y a tirar unas flores de novela, y el chico le creía porque siempre le creía
porque siempre le decía la verdad y no se equivocaba nunca, pero entonces no se
entendía lo de ahora, que estuvieran dale que dale consolándolo cuando
precisamente él le había dicho que los papás se morían de viejos cuando ya
tenían muchos años.
Se
despierta después de un sueño pesado. Está seco. Es de día. Por un momento cree
que ha soñado y que ha tenido una pesadilla, como ésa de un lobo gigantesco de
dientes horribles vestido de traje y parado junto a su cama que soñó por culpa
de un cuento que leyó una vez. Pero se equivoca porque está en la cama de su
hermana, en la pieza de su hermana. Y si está ahí es porque todo es cierto, y
más si es tan de día porque hoy es lunes y hay escuela y la mamá no lo deja
faltar si no está enfermo y él enfermo no está, y si no fue al colegio es
porque lo que le dijeron temprano tiene que ser así nomás aunque no pueda ser
cierto.
Le
viene a hablar el enfermero. A él no le gusta el enfermero porque en los
últimos meses ha estado de acá para allá por toda la casa como si fuera uno de
la casa pero no es, como si fuera uno de la familia pero no es, y hace y
deshace y viene y va como Pancho por su casa, como dice la abuelita. Y menos le
gusta que venga a hablarle y se siente en el borde de la cama y le diga que
sería bueno que vaya a verlo ahora porque después va a ser peor. El chico no
quiere. No quiere saber nada. Primero porque no quiere y segundo porque a ese
tipo no quiere creerle nada; si desde que llegó a la casa todo ha estado peor
cada día, así que de qué puede saber ese fulano. El chico nunca dice malas
palabras pero cada vez que lo ve tiene ganas de decirle tarado y boludo. Pero
el tipo insiste en que mejor que vaya ahora, que él lo acompaña, que después en
el velorio va a ser peor. El chico duda porque nunca ha estado en un velorio y
cuando ha preguntado le han contestado medio confuso, y se pone a pensar si
será tan terrible, y capaz que el tipo se lo dice por su bien. Y justo el
enfermero le dice eso, que es por su bien, porque el último recuerdo que se va
a llevar es verlo en un cajón todo con flores, y esa imagen lo horroriza de tal
manera que acepta, porque el chico piensa que no quiere verlo en un cajón con
flores y que seguro que no hay nada peor que eso, así que mejor acompañar al
enfermero hasta la otra habitación. Y antes de llegar vuelve a dudar, porque el
chico siente que le espera una mano brava porque si no por qué este tipo le
vino a hablar a la pieza de su hermana, y aparecen su madre y su hermano que le
dicen lo mismo, que vaya ahora, y dale que dale con que lo del velorio va a ser
peor, y al final se convence y entra en la pieza detrás del enfermero y de su
hermano. Y de movida se sobresalta porque está todo oscuro, pero oscuro oscuro,
ni un velador prendido ni nada, apenas un poco de luz que se cuela por el
postigo porque ya es bien de día, y el chico mira la cama y lo ve tapado todo
entero hasta la cabeza como en las películas de fantasmas y quiere gritar que
se quiere ir pero no puede porque en el velorio va a ser peor, dijeron, en el
cajón con las flores va a ser peor, seguro, dijeron, y entonces se acerca y
encienden un velador y lo destapan y está todo blanco y con los ojos cerrados y
le han puesto una tela adhesiva en la nariz, y el chico no sabe para qué
cuernos se la pusieron y nunca en la vida va a preguntarlo pero siempre se va a
acordar de esa imagen de su papá acostado con la tira de tela adhesiva
cerrándole la nariz, y le dicen que se acerque y le dicen que lo bese y el
chico obedece pero no quiere porque intuye que cuando lo roce con los labios va
a ser cualquier cosa menos un beso, y tiene razón porque cuando lo roza en la
frente con los labios siente frío, tanto frío como cuando se despertó en la
cama mojada pero peor porque está la piel, encima la piel, que no se siente
como la piel, y llora porque se quiere ir pero el tarado del enfermero supone
que llora por la tristeza porque no sabe que el chico no llora de tristeza
delante de cualquier estúpido como él, sino que llora del horror y de la
impresión y porque se quiere ir, pero el infeliz le pone la mano en el hombro y
le dice pobrecito hasta que por fin, como si hubiera cumplido vaya a saber qué
penitencia, se va corriendo de a poquito hacia la puerta, y lo dejan, se aleja
de la cama, y no lo retienen ahí, pero antes de irse ve que apagan la luz y
vuelven con lo de la cintita en la nariz y la sábana hasta arriba de la cabeza,
y el chico se espanta porque no quiere que lo dejen así, quiere que abran la
ventana y que entre el sol y le destapen la cara y lo dejen tranquilo, porque
si es tan cierto que ahora está mejor y ya no le duele y no sufre por qué
cuernos no lo dejan en paz y lo tapan todo y lo dejan a oscuras y lo dejan así
solo y oscuro que es lo peor que pudieron haberle hecho, y mientras el chico
sale al pasillo y a la luz y respira piensa que el velorio debe ser la
porquería más grande del mundo porque si no no entiende que pueda existir algo
peor que lo que acaban de obligarlo a hacer.
Lo
mandan a su pieza un rato y se queda con su madre y sus hermanos, y su hermana
dibuja cartelitos en el vidrio empañado de la ventana porque hace mucho frío,
que dicen papá te quiero, y el chico piensa que las mujeres son raras porque él
no quiere decir nada de nada a nadie y mucho menos ponerse a escribir carteles
en los vidrios pero la hermana se ve que como es mujer sigue dale que dale,
llora y escribe, llora y escribe, hasta que ocupa los dos vidrios de las dos
ventanas, y al rato alguien abre la puerta y dice que ya se lo llevaron, y el
chico pregunta adónde y le dicen que al velorio.
Al
rato los vienen a buscar y los llevan también a ellos. El chico entra y el
lugar es como una casa medio rara con una sala grande y ahí está el cajón,
nomás, y él se acerca y lo ve y casi se tranquiliza porque todo el viaje ha
estado pensando que esto iba a ser peor que verlo en la pieza pero resulta que
no, porque es todo tan raro con esas velas y ese cajón y esa especie de camisón
con tules que le pusieron y las manos cruzadas y pálidas que no parece él,
entonces el chico se impresiona menos, es una especie de cosa rara que se
parece de lejos a su papá pero casi nada, una cosa rara más en un lugar lleno
de cosas raras. Lástima que no falta el piola que le dice que le dé un beso,
porque a la tarde es el entierro y no lo va a ver más, y a él le dan ganas de
putear a los que dicen eso pero lo hace porque es un chico muy educado, dice
siempre su mamá, así que obedece y estampa un beso en esa frente fría y de
nuevo la sensación de cera blanda que no tiene nada que ver con su verdadera
piel y se acuerda de algo que le dijo su hermana cuando estaban todavía en la
casa, algo de que el cuerpo es como una casita que usamos para vivir en la
Tierra pero que cuando nos vamos al cielo ya no lo necesitamos, y aunque el
chico no lo sabe todavía es lo único decente que va a escuchar en el día, y se
lo va a acordar siempre, empezando por cada vez que viene un idiota a alzarlo
para que vuelva a darle un beso en la frente, y parece que un velorio es para
eso, para que venga un montón de gente de todos lados y de familiares que hace
una pila de tiempo que no se ven para alzarlo a él hasta el borde del cajón
para que le dé un beso, y lloran un poco y él se aguanta aunque quiere irse
porque alguno le dijo que aproveche a mirarlo ahora porque no lo va a ver más,
y se parece al asunto ese de mirarlo en casa porque el velorio iba a ser peor,
y el chico lo mira aunque vea algo extraño, que cada vez se parece menos a su
papá cuando compraron la santa rita, por ejemplo, pero les hace caso y le clava
la mirada, hasta que por suerte viene su tío y le dice algo de ir a tomar un té
a lo de un vecino que es amigo suyo y el chico con tal de rajar de ese sitio
acepta, con tal de irse y que no le digan más lo de los besos y lo de mirarlo,
se va con ese tío al que teme y al que odia porque siempre te mira como
retándote, y caminan unas cuadras y entran a una casa donde un hombre los
saluda y se lo queda mirando, y el chico no entiende muy bien lo que significa
esa cara porque es la primera vez que repara en ella, es la primera vez que lo
miran como si fuera raro, como si fuera distinto, como diciendo pobrecito, y el
chico aunque todavía no lo sabe va a aprender a odiar esa mirada porque quiénes
son todos ésos para tratarlo de pobrecito, tan chiquito perder al padre, y por
qué se meten en lo que no les importa, pero se toma el té caliente que le
sirven aunque odia el té, le da asco el té, le da ganas de vomitar el té, pero
ese día el chico está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que le hablen
lo menos posible, y se toma el té mirando un patio con muchas plantas pero que
no tiene santa rita.
De
vuelta en el velorio sigue viendo gente conocida y gente desconocida, y cuando
están cerca del cajón ponen cara seria y algunos lloran y todos hacen silencio
y cuando están en la vereda fuman y a veces hacen chistes y el chico quiere que
se vayan, aunque sabe que no se puede porque todavía falta, le dijeron, falta
como hasta las cinco de la tarde, y al fin unos tipos de azul cierran la tapa
del cajón y el chico ve que algunos lo miran como esperando a ver qué cara pone
y él no pone cara de nada aunque se siente un poco culpable porque la cara que
querría poner es cara de alivio, cara de por fin taparon eso que esta gente
dice que es su papá pero él ya sabe que no por ese asunto de los besos, pero no
pone esa cara porque aunque no entiende gran cosa sabe que nadie espera que
ponga cara de alivio.
Lo
suben a un auto azul enorme junto con su mamá y sus hermanos y el chico piensa
qué auto gigantesco. Y mira para adelante y en un auto de muertos, como dicen
los chicos del barrio, llevan el cajón que se ve por el vidrio y van muy
despacito por un camino que el chico no conoce, y el chico piensa que es la
primera vez que van todos en un remise y su papá va en otro auto, y la idea lo
desespera porque acaba de pensar que entonces eso que va en el cajón sí es su
papá y entonces va solo y a oscuras, pero vuelve a acordarse del frío de esos
besos que le dijeron que le diera y se tranquiliza porque piensa que su papá
está nomás en el cielo como dicen los curas de la escuela o vaya a saber dónde,
pero en ese cajón seguro que no. Entran al cementerio, que tiene un paredón
blanco y enorme delante, y el chico se da cuenta de que va a entrar por primera
vez a un cementerio porque no conoce ninguno, y piensa que ahora sí verá lo
peor de todo porque el velorio no fue tan malo, salvo por los besos, pero igual
no fue tan malo como lo de la pieza con la sábana hasta la cabeza y todo
oscuro, y entonces el chico piensa que lo peor de lo peor debe ser el
cementerio pero cuando mira ve que no tanto, porque es un campo grande grande,
hasta donde se pierde la vista no hay nada, apenas una filita de cruces delante
de todo, y alguien comenta que es un cementerio nuevo y alguien dice que la
Municipalidad se hace cargo de todo porque su papá tenía un puesto ahí muy
importante y el chico se siente un poco orgulloso de que digan eso, y cuando
bajan el cajón a la fosa tiran como unos cañonazos, o unos balazos, y eso le
gusta porque suena como que lo respetan, pero no le gusta nada el ruido que
empieza a hacer la tierra cuando empiezan a tapar el cajón, y le vuelve el
temor de que en serio su papá esté ahí adentro porque entonces qué va a sentir,
y no está seguro del todo pero llora, el chico se larga a llorar como un loco,
y la mamá lo abraza y él llora y no puede parar, y le dicen bueno bueno, pero
cada vez llora más fuerte, hasta que al final su mamá le dice que tienen que
ser fuertes y parar de llorar, y entonces para, sigue un poco pero para, y
piensa que mejor no va a llorar más porque si no seguro lo empiezan a mirar con
esa cara de pobrecito y es lo último que quiere en el mundo.
A
la vuelta todavía queda gente en su casa. Otro tío lo lleva al kiosco. La vieja
que lo atiende pone esa cara maldita, y el chico para no verla clava la vista
en las golosinas. Elige un chocolate El Gráfico que viene con sabor dulce de
leche y una foto antigua. Vuelve comiéndolo por el camino. Cuando se cambia de
ropa se queda mirando el suelo. Está sentado al borde de la cama, igual que a
la mañana temprano cuando empezó esta pesadilla. Pasa su hermano y le acaricia el
pelo y le dice que cuente con él, que no está solo. El chico piensa lo mal que
pinta la cosa para que su hermano, que nunca le dice nada, se anime a decirle
eso.
Alguien
ha hecho sopa para la cena. El chico se sienta en la silla de su padre. Lo
dejan en paz. Le gusta la sopa de cabellos de ángel. Todos comen callados.
Cuando termina, el chico decide hacer lo que tiene ganas. Levanta el plato con
las dos manos y chupa a los lengüetazos los restos de queso rallado del fondo.
Su hermano lo reta. Su madre dice algo de que hoy lo deje, que lo tiene
permitido. El chico entiende que la vida ha cambiado. Si su madre lo ha dejado
chupar el plato de sopa es porque el futuro viene complicado. El chico se
acuesta. Recibe los besos de su madre y su hermana. Le dicen que mañana no va a
ir a la escuela. Y que si quiere faltar hasta el otro lunes puede hacerlo.
Tarda en dormirse. No reza. Al final Dios debe ser un mentiroso. Encima tomó
sopa, y como estaba salada tomó agua, y capaz que de nuevo moja la cama.